martes, 11 de noviembre de 2008

Parashá Vaiera – וַיֵּרָא – Isaac e Ismael.

Aquí tenemos uno de los episodios más desgarradores de la Torá: D’s le pide a Abraham que sacrifique a su hijo único, el que ama, poniendo a prueba su fidelidad. Abraham acepta. Antes de descender el cuchillo contra Isaac, un emisario de D’s lo detiene: aprobó el examen de obediencia, no es necesario que siga adelante.
En la tradición de la otra gran nación engendrada por Abraham el episodio se repite, con algunas variantes fundamentales: en el Corán, el hijo inmolado no es Isaac, sino Ismael. Además, a diferencia de Isaac, a quien su padre oculta la misión que le ha encargado D’s, Abraham le dice a Ismael que va a ser inmolado, e Ismael acepta gustoso su destino y consuela a su padre. En tercer lugar, Abraham no es detenido por un enviado divino para evitar el sacrificio, sino que pasa el cuchillo una y otra vez sobre la garganta de Ismael, sólo que el resultado es infructuoso porque Alá lo ha desafilado para evitar la muerte de su primogénito.
En estas pequeñas desviaciones de una historia harto conocida, encontramos las semillas del conflicto actual entre los árabes y los judíos, el núcleo de tantas incomprensiones, y tal vez algunas pistas para tratar de vivir juntos en paz.
Lo que está en juego cuando la historia cambia el hijo sacrificado es la legitimación para ser heredero de Abraham: sólo aquel cuya muerte le ocasionaría el mayor dolor a Abraham, y por ende aquel señalado por D’s para ser sacrificado, será quien merezca la tierra y las promesas de D’s para su descendencia. No es difícil entender por qué en la tradición del Islam Isaac es reemplazado por Ismael en el acto del sacrificio.
La segunda diferencia: en la tradición judía Abraham oculta a Isaac lo que le va a ocurrir, no tiene el coraje de decírselo o teme que Isaac se escape y no poder ejecutar la orden divina. En el Corán, Abraham le dice a Ismael que lo va a sacrificar e Ismael estalla de felicidad, a pesar de su tierna edad.
Apliquemos esas diferencias a la realidad actual, en la cual los chicos israelíes descendientes de Isaac corren el riesgo cada día de ser sacrificados por su herencia sin que nadie se los advierta, mientras los chicos palestinos, descendientes de Ismael, aceptan gustosos un sacrificio que los acercará a Alá y que les permitirá, en tanto que dispuestos al sacrificio o al suicidio, recuperar su herencia y su dignidad.
La tercera diferencia no debe ser menospreciada. Abraham nunca tiene que colocar el cuchillo en la garganta de su hijo Isaac porque un enviado divino se lo impide. En la tradición musulmana Abraham llega con el cuchillo y trata insistentemente de cortar a Ismael, es la acción divina la que se lo impide al borrar el filo. Es decir, el D’s de los judíos está dispuesto a llegar muy lejos para probar la lealtad de Abraham, pero no tanto como para hacerlo colocar el cuchillo en el cuello del hijo y creer efectuar el sacrificio; Alá llega hasta el final, la lealtad de Abraham se prueba cuando éste se empeña una y otra vez en matar a Ismael, sin resultados, colocando su mano con fuerza y haciendo todos los esfuerzos posibles para desangrar a su primogénito.
Esa es la fuerza de cada uno de los pueblos: para los judíos, es hacer todos los sacrificios para que ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos queden eternamente unidos por sus tradiciones hasta el final de los tiempos; en los musulmanes, la disposición para llegar hasta las últimas consecuencias para probar su lealtad a Alá, incluyendo poner un cuchillo y cortar una y otra vez la garganta de su hijo más querido. En la tradición judía, la lealtad se prueba atando a Isaac y estando dispuesto a sacrificarlo. En la tradición musulmana, eso no basta y se prueba procurando sinceramente cortar el cuello de Ismael. En cierto sentido, se parece a un “judaísmo extremo”.
Estos dos pueblos entienden los puntos fuertes y débiles del otro, y actúan frente a frente en pleno conocimiento de sus tradiciones mutuas: una minoría musulmana extremista sabe que los judíos son particularmente sensibles a la vida de sus hijos, que no han pasado por la prueba divina de maniobrar con alevosía los cuchillos sobre sus cuellos, así es que los terroristas los amenazan una y otra vez con una “destrucción total”, es decir incluyendo a los chicos, o directamente los secuestran y amenazan con matarlos. Algunos judíos creen que los musulmanes no hesitarán en mover el cuchillo sobre las yugulares de sus hijos, dejando a Alá la decisión exclusiva de su muerte, y sostienen que lo único que se puede hacer, viviendo como vecinos, es actuar preventivamente una y otra vez para evitar ser víctimas del terror, creando así uno y otro una espiral sin fin de medidas y contramedidas de las cuales ninguno de los hijos de Abraham saldrá airoso.
Los dos pueblos creemos que hay instancias supremas en las cuales el sacrificio indecible, el de los propios hijos, puede llegar a estar justificado (por ejemplo, en términos contemporáneos, dejarlos partir a luchar una guerra justa). Nosotros, los judíos, podemos inmolarnos en aras de nuestros principios. Enfrente hay otro pueblo que también se considera heredero de Abraham y que no sólo está orgulloso de su capacidad de inmolarse por sus principios sino que además, según sus propias tradiciones, está dispuesto a llegar aún más lejos en el sacrificio de sus propios hijos para recuperar lo que considera es su legítima herencia.
Es así que los descendientes de Sara y de Agar, que se conocen bien, se amenazan, se matan preventivamente, se aterrorizan, luchan sin cesar por un destino que sólo puede darle la razón a uno de ellos: o el hijo favorito de Abraham fue Isaac o fue Ismael, y todo intento de colocarlos en una situación de igualdad y respeto mutuo está llamada a fracasar. En 1948 pasaron muchas cosas en Medio Oriente, una de ellas fue reabrir la disputa entre esas dos mujeres cuyo odio recíproco llega hasta nuestros días.
Yo tengo una pista: no se cómo compartir la tierra, pero intuyo que los puntos en común de judíos y musulmanes respecto de aquello en lo que creía Abraham son más amplios que los que parecen.
Tal vez, luego de ponerse de acuerdo en que el rol de ambos es la realización de los sueños de Abraham para toda la humanidad, las discusiones por esto o aquel kilómetro cuadrado se conviertan en cuestiones secundarias, casi sin importancia.