Recorrí la parashá Vaietzé en todas las direcciones buscando algún consuelo por la tortura y el asesinato de Rivki y Gabi Holzberg en Mumbai: no encontré ninguno. La parashá no nos enseña a soportar mejor el duelo, en realidad ninguna parashá explica lo que ocurrió ni nos ayuda a calmar nuestra ira hacia las bestias salvajes que ordenaron y cometieron semejante atrocidad.
Lo que sí tengo son preguntas. En esta parashá, D’s le promete a Iaacov que todas las familias de la tierra (כָּל-מִשְׁפְּחֹת הָאֲדָמָה) serán bendecidas gracias a él y a su posteridad. En esa posteridad se cuentan los Holzberg; entre todas las familias de la tierra se cuentan, si leemos literalmente, las familias de esas bestias salvajes. Más aún, las familias de todas las bestias salvajes que conocimos en nuestra historia. También las otras familias, bien entendido, pero concentrémonos en las de los asesinos. Gabi y Rivki estaban en Mumbai para servir a aquellos que necesitaban de una casa judía, de una comida kasher, de una cercanía con el mundo espiritual.
Yo no pertenezco a Jabad, pero no dejo de admirar esa clase de obras. La clase de misión desinteresada de Gabi y Rivki tiene como resultado que, tarde o temprano, otros los emulen y brinden sus vidas para ayudar a los otros, en una espiral contagiosa sin final. Ese es el espíritu de Jabad. Haciendo lo que hacían por los judíos, Gabi y Rivki lo hacían por mejorar el mundo en que vivimos. Por todas las familias del mundo.No por los asesinos, sí por sus familias. Por la esperanza que, en alguna generación, sus descendientes se despierten y, emulando a Gabi y Rivki, hagan de su vida algo similar en sus propias religiones, que se consagren desinteresadamente a ayudar espiritualmente a los demás, que les muestren lo más positivo de sus creencias y que, a su manera y siguiendo sus propias tradiciones, se dediquen a mejorar el mundo.
Si no tienen hoy ejemplos que emular en sus propios sistemas sociales y se libran, por ello, a la barbarie, Gabi y Rivki son luces que encienden otras luces que a su vez encenderan otras luces, con la esperanza que, algún día, haya suficientes luces como para iluminar a las familias de toda la Tierra.
Mientras ello no ocurra, sólo nos queda entender que, sin las luces como las que se apagaron en Mumbai, el mundo sería un lugar mucho peor. Tenemos que prenderlas de nuevo, no tenemos consuelo, pero tampoco nos queda alternativa. Por nuestras familias y por las de ellos.
sábado, 20 de diciembre de 2008
Parasha Miketz – El affaire Madoff
Josef interpreta los sueños del Faraón sobre las vacas gordas y las vacas flacas, y las espigas gordas y las espigas flacas, anunciándole siete años de abundancia seguidos de siete años de sequía y miseria : lo que debe hacer es prepararse para los malos tiempos, ahorrar grano y distribuirlo cuando los malos tiempos comiencen. El Faraón, impresionado, nombra a Josef el segundo hombre más poderoso de Egipto después de él, plenipotenciario para organizar la guarda y posterior distribución de las cosechas. La abundancia dura siete años y la sequía posterior otros siete años, tal como lo anunció Josef, y éste lleva a cabo su misión con éxito.
Josef es el primer judío al cual un poderoso le confía la administración de sus bienes, confiado en su honestidad y en su instinto para hacer lo que corresponda. Muchos otros le seguirán en la historia. El rol desempeñado por los judíos de recaudadores o de financieros de los poderosos despertará en ocasiones reacciones antisemitas, y traerá funestas consecuencias para sus correligionarios menos afortunados.
Pienso que hay dos razones para ese rol particular que, desde Josef, algunos de nosotros hemos desempeñado: como Josef, hemos sido extremadamente vulnerables a la voluntad de los poderosos; además, tenemos una gran experiencia histórica acumulada y transmitida de generación en generación que, a veces, nos da una perspectiva diferente de los acontecimientos que nos rodean y que nos hace predecir, con un poco más de objetividad, lo que puede llegar a suceder. El origen de esa mayor clarividencia, lamentablemente, no es inteligencia y éxitos: es sólo vejez y cicatrices.
En general, si miramos en retrospectiva, hemos tenido un buen currículum cuando nos tocó administrar los bienes ajenos. Hasta que llegó este Madoff, y nos humilló a todos, para regocijo de algunos de los antisemitas más recalcitrantes, convenciendo además a algunos indecisos que, después de todo, tal vez no sea tan disparatada la tesis racista que sostiene que los judíos tenemos en la sangre la estafa y la búsqueda desenfrenada del dinero.
Madoff tenía vejez, cicatrices, inteligencia y éxitos, y utilizó a todas esas cualidades para armar una de las estafas financieras más colosales de la historia. El actor perfecto, capaz de engañar a los inversores más sofisticados, disfrutando supongo de su capacidad para burlarse de algunas de las personas más inteligentes de Estados Unidos y hacerles desaparecer su dinero. También hundiendo a las obras de caridad judías que le tuvieron confianza, como para llegar hasta el final de la maldad.Los judíos no somos más inteligentes, ni somos los más estafadores, ni tampoco amamos el dinero más que los otros: lo que sí nos ocurre es que nuestras acciones son escrutadas con lupa y magnificadas: si alguno de nosotros es malo, esa es una prueba más de que todos somos malos. El haber dado origen a las demás religiones monoteístas convierte a la historia de nuestro pequeño pueblo en un drama universal y es una maldición que nos va a acompañar hasta el fin de la historia.
Madoff era un estafador más, pero por ser judío tenía conexiones y se le tenía confianza especial, eso produjo los daños financieros masivos que hoy leemos en los diarios. Algunos piensan todavía que los judíos somos especialmente vulnerables y, por eso, a ninguno de nosotros se nos va a ocurrir pasarnos de la raya porque las consecuencias serán funestas. Pues bien, Madoff no se sentía vulnerable y, una vez pasado de la raya, como lo dice el Talmud, una mala acción trajo la otra, en una espiral sin final que lo llevó a destruir hasta nuestras queridas fundaciones de caridad.
Madoff es el anti-Josef, y nos deja a todos – como si tuviéramos pocas - con nuevas cicatrices. Es un buen recordatorio que todavía estamos lejos del fin de la historia, que nuestros cuerpos todavía van a absorber más y más cicatrices, y que si queremos llegar hasta el final, tenemos que ver a nuestros propios correligionarios como judíos que comparten nuestras tradiciones – y como seres humanos que, como los otros, son capaces de infligir los peores males -.
Josef es el primer judío al cual un poderoso le confía la administración de sus bienes, confiado en su honestidad y en su instinto para hacer lo que corresponda. Muchos otros le seguirán en la historia. El rol desempeñado por los judíos de recaudadores o de financieros de los poderosos despertará en ocasiones reacciones antisemitas, y traerá funestas consecuencias para sus correligionarios menos afortunados.
Pienso que hay dos razones para ese rol particular que, desde Josef, algunos de nosotros hemos desempeñado: como Josef, hemos sido extremadamente vulnerables a la voluntad de los poderosos; además, tenemos una gran experiencia histórica acumulada y transmitida de generación en generación que, a veces, nos da una perspectiva diferente de los acontecimientos que nos rodean y que nos hace predecir, con un poco más de objetividad, lo que puede llegar a suceder. El origen de esa mayor clarividencia, lamentablemente, no es inteligencia y éxitos: es sólo vejez y cicatrices.
En general, si miramos en retrospectiva, hemos tenido un buen currículum cuando nos tocó administrar los bienes ajenos. Hasta que llegó este Madoff, y nos humilló a todos, para regocijo de algunos de los antisemitas más recalcitrantes, convenciendo además a algunos indecisos que, después de todo, tal vez no sea tan disparatada la tesis racista que sostiene que los judíos tenemos en la sangre la estafa y la búsqueda desenfrenada del dinero.
Madoff tenía vejez, cicatrices, inteligencia y éxitos, y utilizó a todas esas cualidades para armar una de las estafas financieras más colosales de la historia. El actor perfecto, capaz de engañar a los inversores más sofisticados, disfrutando supongo de su capacidad para burlarse de algunas de las personas más inteligentes de Estados Unidos y hacerles desaparecer su dinero. También hundiendo a las obras de caridad judías que le tuvieron confianza, como para llegar hasta el final de la maldad.Los judíos no somos más inteligentes, ni somos los más estafadores, ni tampoco amamos el dinero más que los otros: lo que sí nos ocurre es que nuestras acciones son escrutadas con lupa y magnificadas: si alguno de nosotros es malo, esa es una prueba más de que todos somos malos. El haber dado origen a las demás religiones monoteístas convierte a la historia de nuestro pequeño pueblo en un drama universal y es una maldición que nos va a acompañar hasta el fin de la historia.
Madoff era un estafador más, pero por ser judío tenía conexiones y se le tenía confianza especial, eso produjo los daños financieros masivos que hoy leemos en los diarios. Algunos piensan todavía que los judíos somos especialmente vulnerables y, por eso, a ninguno de nosotros se nos va a ocurrir pasarnos de la raya porque las consecuencias serán funestas. Pues bien, Madoff no se sentía vulnerable y, una vez pasado de la raya, como lo dice el Talmud, una mala acción trajo la otra, en una espiral sin final que lo llevó a destruir hasta nuestras queridas fundaciones de caridad.
Madoff es el anti-Josef, y nos deja a todos – como si tuviéramos pocas - con nuevas cicatrices. Es un buen recordatorio que todavía estamos lejos del fin de la historia, que nuestros cuerpos todavía van a absorber más y más cicatrices, y que si queremos llegar hasta el final, tenemos que ver a nuestros propios correligionarios como judíos que comparten nuestras tradiciones – y como seres humanos que, como los otros, son capaces de infligir los peores males -.
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