jueves, 27 de noviembre de 2008

Parasha Toldot

El relato de los mellizos Iaacov y Esau es, entre otros significados, una historia de padres que prefieren uno u otro de sus hijos. Isaac prefiere a Esau porque éste es cazador y le cocina su plato favorito, Rebeca prefiere a Iaacov, que se queda en la tienda. Uno es un ser agresivo, seguro de si mismo, eficiente para cazar, siempre en búsqueda de nuevas aventuras al aire libre. El otro parece ser un intelectual sedentario, pero lo suficientemente ambicioso como para correr grandes riesgos para obtener lo que busca.

Esau parece vivir el “día a día”, renunciando a su primogenitura por un plato de comida, confiando que su padre le dará su bendición sólo por darle de comer. Iaacov piensa y calcula, y cuenta con el apoyo de su madre. Lleva a cabo una simulación de identidad para obtener la bendición de su padre que considera merecer, en contra de los deseos de Isaac, quien prefiere a Esau.

Si Iaacov fueran a juicio bajo los estándares modernos, la bendición que obtuvo sería nula de nulidad absoluta, y debería ser devuelta a Esau. Pero si miramos la historia en perspectiva, Israel se habría convertido en un pueblo de cazadores nómadas, seguramente no hubiese sobrevivido como tal.

La paradoja es que Isaac, quien era el hijo de Abraham y el heredero de las promesas divinas, haya cometido un error de apreciación tan grave, y que haya sido Rebeca, la no heredera, quien decidió engañar a Isaac para evitar que ese error de apreciación se convierta en un error catastrófico, otorgando una herencia semejante a quien no debería tenerla. Y si bien los medios no nos llenan de orgullo, podemos decir, viendolo en perspectiva, que ella tuvo razón.

Desde entonces, las madres de Israel prefieren a los Iaacov que a los Esau. Los genes de Esau desaparecieron de nuestra historia y no supimos más ser cazadores, ni vivir al aire libre en búsqueda de nuevas aventuras. No por eso desapareció nuestra ambición, pero la realizamos generalmente, como Iaacov, dentro de moradas, a través de métodos intelectuales y no físicos.

En un ejemplo contemporáneo, si observamos que, luego del crepúsculo de la ex Unión Soviética, los despojos de sus principales empresas cayeron en buena proporción en manos de oligarcas judíos, yo no puedo evitar ver la metáfora de unos cuantos Iaacov haciendo lo necesario para recibir la bendición de un padre moribundo, mientras los Esau deambulan alrededor, dándose cuenta luego y demasiado tarde de lo que les ocurrió.

También es sugerente notar que, así como Iaacov, luego de recibir la bendición, debió exilarse para escapar de la furia de Esau, varios de esos oligarcas judíos rusos disfruten hoy de sus fortunas en Londres o en Tel Aviv.

No estoy totalmente orgulloso de los oligarcas rusos. Tampoco puedo evitar el reconocer que, si no fuera por esos oligarcas, todas las bendiciones de la ex Unión Soviética hubiesen caído en manos de los Esau de turno. Los Esau, de hecho, están recuperando por la fuerza las pocas empresas que los Iaacov supieron ganarse, y no puedo dejar de sentir congoja por uno de nuestros Iaacov más brillantes durmiendo en una cárcel en Siberia por no haberse escapado a tiempo.

Casi con el estómago retorcido, los encuentro preferibles a lo que hubiese hecho Esau con la herencia de Abraham e Isaac y a lo que probablemente harán los Esau de hoy con la herencia de Lenin, Stalin y Gorvachov.

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