Hay sequía en Canaan. Josef trae a su familia a vivir a Egipto para que no mueran de hambre. Uno de los relatos de la parashá son las discusiones de Josef con el Faraón sobre ese traslado familiar.
No pude evitar una sonrisa al leer, al mismo tiempo, las discusiones de Tzipi Livni con Mubarak, previas al ataque aéreo a Hamas de los últimos días.
Mi interpretación de lo que pensaba el Faraón de Josef: “se trata de alguien extremadamente trabajador e incondicionalmente fiel, seguramente su familia debe funcionar del mismo modo: voy a invitarlos a todos, en retribución por salvarles la vida me brindarán servicios excepcionales y mi reinado será fortalecido”.
Mi interpretación de lo que pensaba Mubarak de Tzipi: “los judíos van a hacer el trabajo sucio, el trabajo que los demás musulmanes racionales no sabemos o no podemos hacer, otra vez me brindarán servicios excepcionales y otra vez fortalecerán mi reinado”
Es al menos curioso que, miles de años después, sigamos retornando a Egipto para implorarle al Faraón de turno que nos ayude a salvar a nuestras familias de un peligro inminente.
Es sintomático que ese retorno sea tan pertinente como entonces, y la necesidad tan mutua: Josef salvó el régimen del Faraón al guardar el grano, Israel salva al régimen de Mubarak encargándose de Hamas. El Faraón salvó a Israel dándole el grano, Mubarak salva a Israel manteniendo la paz y cerrando la retaguardia de los fanáticos islamistas.
Israel y Egipto, a pesar de todos los desencuentros, los engaños, las guerras, el recuerdo de la amargura de la esclavitud, parecen estar llamados a convivir uno al lado del otro, con una medianera que tienen que sostener los dos para que no se derrumbe sobre sus cabezas. Se trata de la relación de vecindad más antigua de la historia.
Hasta aquí las buenas noticias. Luego leí la Haftará de la semana, es un poco más pesimista (Ezequiel 37, 15). El rey Gog va a atacar a Israel, con fuerzas venidas de Persia y de otros países. Para los que leen en hebreo, un párrafo sugestivo (Ezequiel 38, 11-12). D’s le dice a Gog:
וְאָמַרְתָּ, אֶעֱלֶה עַל-אֶרֶץ פְּרָזוֹת--אָבוֹא הַשֹּׁקְטִים, יֹשְׁבֵי לָבֶטַח; כֻּלָּם, יֹשְׁבִים בְּאֵין חוֹמָה, וּבְרִיחַ וּדְלָתַיִם, אֵין לָהֶם. יב לִשְׁלֹל שָׁלָל, וְלָבֹז בַּז--לְהָשִׁיב יָדְךָ עַל-חֳרָבוֹת נוֹשָׁבוֹת, וְאֶל-עַם מְאֻסָּף מִגּוֹיִם, עֹשֶׂה מִקְנֶה וְקִנְיָן, יֹשְׁבֵי עַל-טַבּוּר הָאָרֶץ.
“Tú dirás: voy a subir contra esa tierra con ciudades abiertas, marcharé contra personas tranquilas que viven en seguridad, que habitan en ciudades sin murallas, sin cerraduras y sin puertas. Irás a saquear, a hacer botín, a colocar tu mano sobre ruinas repobladas, sobre un pueblo congregado entre las naciones, entregado a reponer el ganado y la hacienda, que habita en el centro de la tierra”.
Luego que Gog invada Israel, será destruido. La descripción no es alentadora (38, 22):
וְנִשְׁפַּטְתִּי אִתּוֹ, בְּדֶבֶר וּבְדָם; וְגֶשֶׁם שׁוֹטֵף וְאַבְנֵי אֶלְגָּבִישׁ אֵשׁ וְגָפְרִית, אַמְטִיר עָלָיו וְעַל-אֲגַפָּיו, וְעַל-עַמִּים רַבִּים, אֲשֶׁר אִתּוֹ.
“Le castigaré con la peste y sangre, haré caer una lluvia torrencial, granizos, fuego y azufre, sobre él, sobre sus ejércitos y sobre los pueblos que lo acompañan”.
Leído en la antigüedad, el párrafo podía ser simbólico, metafórico, inspirar la magnitud del poder divino. Leído en 2008, suena terriblemente literal y adaptado a la clase de armas con que Israel va a defenderse si es atacado nuevamente por Gog y por los persas.
Cuando creamos el Estado de Israel, con el objetivo de hacer realidad las profecías todavía incumplidas de nuestros Profetas ¿Estábamos también pensando en Ezequiel?
Un consejo final para Tzipi: lee Reyes II, 18, 21:
עַתָּה הִנֵּה בָטַחְתָּ לְּךָ עַל-מִשְׁעֶנֶת הַקָּנֶה הָרָצוּץ הַזֶּה, עַל-מִצְרַיִם, אֲשֶׁר יִסָּמֵךְ אִישׁ עָלָיו, וּבָא בְכַפּוֹ וּנְקָבָהּ; כֵּן פַּרְעֹה מֶלֶךְ-מִצְרַיִם, לְכָל-הַבֹּטְחִים עָלָיו
“Te has confiado a esa caña rota de Egipto, que penetra y traspasa la mano del que se apoya en ella. Pues así es el Faraón, rey de Egipto, para todos los que confían en él”.
lunes, 29 de diciembre de 2008
sábado, 20 de diciembre de 2008
Parashá Vaietzé - וַיֵּצֵא - Rivki y Gabi Holzberg
Recorrí la parashá Vaietzé en todas las direcciones buscando algún consuelo por la tortura y el asesinato de Rivki y Gabi Holzberg en Mumbai: no encontré ninguno. La parashá no nos enseña a soportar mejor el duelo, en realidad ninguna parashá explica lo que ocurrió ni nos ayuda a calmar nuestra ira hacia las bestias salvajes que ordenaron y cometieron semejante atrocidad.
Lo que sí tengo son preguntas. En esta parashá, D’s le promete a Iaacov que todas las familias de la tierra (כָּל-מִשְׁפְּחֹת הָאֲדָמָה) serán bendecidas gracias a él y a su posteridad. En esa posteridad se cuentan los Holzberg; entre todas las familias de la tierra se cuentan, si leemos literalmente, las familias de esas bestias salvajes. Más aún, las familias de todas las bestias salvajes que conocimos en nuestra historia. También las otras familias, bien entendido, pero concentrémonos en las de los asesinos. Gabi y Rivki estaban en Mumbai para servir a aquellos que necesitaban de una casa judía, de una comida kasher, de una cercanía con el mundo espiritual.
Yo no pertenezco a Jabad, pero no dejo de admirar esa clase de obras. La clase de misión desinteresada de Gabi y Rivki tiene como resultado que, tarde o temprano, otros los emulen y brinden sus vidas para ayudar a los otros, en una espiral contagiosa sin final. Ese es el espíritu de Jabad. Haciendo lo que hacían por los judíos, Gabi y Rivki lo hacían por mejorar el mundo en que vivimos. Por todas las familias del mundo.No por los asesinos, sí por sus familias. Por la esperanza que, en alguna generación, sus descendientes se despierten y, emulando a Gabi y Rivki, hagan de su vida algo similar en sus propias religiones, que se consagren desinteresadamente a ayudar espiritualmente a los demás, que les muestren lo más positivo de sus creencias y que, a su manera y siguiendo sus propias tradiciones, se dediquen a mejorar el mundo.
Si no tienen hoy ejemplos que emular en sus propios sistemas sociales y se libran, por ello, a la barbarie, Gabi y Rivki son luces que encienden otras luces que a su vez encenderan otras luces, con la esperanza que, algún día, haya suficientes luces como para iluminar a las familias de toda la Tierra.
Mientras ello no ocurra, sólo nos queda entender que, sin las luces como las que se apagaron en Mumbai, el mundo sería un lugar mucho peor. Tenemos que prenderlas de nuevo, no tenemos consuelo, pero tampoco nos queda alternativa. Por nuestras familias y por las de ellos.
Lo que sí tengo son preguntas. En esta parashá, D’s le promete a Iaacov que todas las familias de la tierra (כָּל-מִשְׁפְּחֹת הָאֲדָמָה) serán bendecidas gracias a él y a su posteridad. En esa posteridad se cuentan los Holzberg; entre todas las familias de la tierra se cuentan, si leemos literalmente, las familias de esas bestias salvajes. Más aún, las familias de todas las bestias salvajes que conocimos en nuestra historia. También las otras familias, bien entendido, pero concentrémonos en las de los asesinos. Gabi y Rivki estaban en Mumbai para servir a aquellos que necesitaban de una casa judía, de una comida kasher, de una cercanía con el mundo espiritual.
Yo no pertenezco a Jabad, pero no dejo de admirar esa clase de obras. La clase de misión desinteresada de Gabi y Rivki tiene como resultado que, tarde o temprano, otros los emulen y brinden sus vidas para ayudar a los otros, en una espiral contagiosa sin final. Ese es el espíritu de Jabad. Haciendo lo que hacían por los judíos, Gabi y Rivki lo hacían por mejorar el mundo en que vivimos. Por todas las familias del mundo.No por los asesinos, sí por sus familias. Por la esperanza que, en alguna generación, sus descendientes se despierten y, emulando a Gabi y Rivki, hagan de su vida algo similar en sus propias religiones, que se consagren desinteresadamente a ayudar espiritualmente a los demás, que les muestren lo más positivo de sus creencias y que, a su manera y siguiendo sus propias tradiciones, se dediquen a mejorar el mundo.
Si no tienen hoy ejemplos que emular en sus propios sistemas sociales y se libran, por ello, a la barbarie, Gabi y Rivki son luces que encienden otras luces que a su vez encenderan otras luces, con la esperanza que, algún día, haya suficientes luces como para iluminar a las familias de toda la Tierra.
Mientras ello no ocurra, sólo nos queda entender que, sin las luces como las que se apagaron en Mumbai, el mundo sería un lugar mucho peor. Tenemos que prenderlas de nuevo, no tenemos consuelo, pero tampoco nos queda alternativa. Por nuestras familias y por las de ellos.
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Parasha Vaietze - Holzberg
Parasha Miketz – El affaire Madoff
Josef interpreta los sueños del Faraón sobre las vacas gordas y las vacas flacas, y las espigas gordas y las espigas flacas, anunciándole siete años de abundancia seguidos de siete años de sequía y miseria : lo que debe hacer es prepararse para los malos tiempos, ahorrar grano y distribuirlo cuando los malos tiempos comiencen. El Faraón, impresionado, nombra a Josef el segundo hombre más poderoso de Egipto después de él, plenipotenciario para organizar la guarda y posterior distribución de las cosechas. La abundancia dura siete años y la sequía posterior otros siete años, tal como lo anunció Josef, y éste lleva a cabo su misión con éxito.
Josef es el primer judío al cual un poderoso le confía la administración de sus bienes, confiado en su honestidad y en su instinto para hacer lo que corresponda. Muchos otros le seguirán en la historia. El rol desempeñado por los judíos de recaudadores o de financieros de los poderosos despertará en ocasiones reacciones antisemitas, y traerá funestas consecuencias para sus correligionarios menos afortunados.
Pienso que hay dos razones para ese rol particular que, desde Josef, algunos de nosotros hemos desempeñado: como Josef, hemos sido extremadamente vulnerables a la voluntad de los poderosos; además, tenemos una gran experiencia histórica acumulada y transmitida de generación en generación que, a veces, nos da una perspectiva diferente de los acontecimientos que nos rodean y que nos hace predecir, con un poco más de objetividad, lo que puede llegar a suceder. El origen de esa mayor clarividencia, lamentablemente, no es inteligencia y éxitos: es sólo vejez y cicatrices.
En general, si miramos en retrospectiva, hemos tenido un buen currículum cuando nos tocó administrar los bienes ajenos. Hasta que llegó este Madoff, y nos humilló a todos, para regocijo de algunos de los antisemitas más recalcitrantes, convenciendo además a algunos indecisos que, después de todo, tal vez no sea tan disparatada la tesis racista que sostiene que los judíos tenemos en la sangre la estafa y la búsqueda desenfrenada del dinero.
Madoff tenía vejez, cicatrices, inteligencia y éxitos, y utilizó a todas esas cualidades para armar una de las estafas financieras más colosales de la historia. El actor perfecto, capaz de engañar a los inversores más sofisticados, disfrutando supongo de su capacidad para burlarse de algunas de las personas más inteligentes de Estados Unidos y hacerles desaparecer su dinero. También hundiendo a las obras de caridad judías que le tuvieron confianza, como para llegar hasta el final de la maldad.Los judíos no somos más inteligentes, ni somos los más estafadores, ni tampoco amamos el dinero más que los otros: lo que sí nos ocurre es que nuestras acciones son escrutadas con lupa y magnificadas: si alguno de nosotros es malo, esa es una prueba más de que todos somos malos. El haber dado origen a las demás religiones monoteístas convierte a la historia de nuestro pequeño pueblo en un drama universal y es una maldición que nos va a acompañar hasta el fin de la historia.
Madoff era un estafador más, pero por ser judío tenía conexiones y se le tenía confianza especial, eso produjo los daños financieros masivos que hoy leemos en los diarios. Algunos piensan todavía que los judíos somos especialmente vulnerables y, por eso, a ninguno de nosotros se nos va a ocurrir pasarnos de la raya porque las consecuencias serán funestas. Pues bien, Madoff no se sentía vulnerable y, una vez pasado de la raya, como lo dice el Talmud, una mala acción trajo la otra, en una espiral sin final que lo llevó a destruir hasta nuestras queridas fundaciones de caridad.
Madoff es el anti-Josef, y nos deja a todos – como si tuviéramos pocas - con nuevas cicatrices. Es un buen recordatorio que todavía estamos lejos del fin de la historia, que nuestros cuerpos todavía van a absorber más y más cicatrices, y que si queremos llegar hasta el final, tenemos que ver a nuestros propios correligionarios como judíos que comparten nuestras tradiciones – y como seres humanos que, como los otros, son capaces de infligir los peores males -.
Josef es el primer judío al cual un poderoso le confía la administración de sus bienes, confiado en su honestidad y en su instinto para hacer lo que corresponda. Muchos otros le seguirán en la historia. El rol desempeñado por los judíos de recaudadores o de financieros de los poderosos despertará en ocasiones reacciones antisemitas, y traerá funestas consecuencias para sus correligionarios menos afortunados.
Pienso que hay dos razones para ese rol particular que, desde Josef, algunos de nosotros hemos desempeñado: como Josef, hemos sido extremadamente vulnerables a la voluntad de los poderosos; además, tenemos una gran experiencia histórica acumulada y transmitida de generación en generación que, a veces, nos da una perspectiva diferente de los acontecimientos que nos rodean y que nos hace predecir, con un poco más de objetividad, lo que puede llegar a suceder. El origen de esa mayor clarividencia, lamentablemente, no es inteligencia y éxitos: es sólo vejez y cicatrices.
En general, si miramos en retrospectiva, hemos tenido un buen currículum cuando nos tocó administrar los bienes ajenos. Hasta que llegó este Madoff, y nos humilló a todos, para regocijo de algunos de los antisemitas más recalcitrantes, convenciendo además a algunos indecisos que, después de todo, tal vez no sea tan disparatada la tesis racista que sostiene que los judíos tenemos en la sangre la estafa y la búsqueda desenfrenada del dinero.
Madoff tenía vejez, cicatrices, inteligencia y éxitos, y utilizó a todas esas cualidades para armar una de las estafas financieras más colosales de la historia. El actor perfecto, capaz de engañar a los inversores más sofisticados, disfrutando supongo de su capacidad para burlarse de algunas de las personas más inteligentes de Estados Unidos y hacerles desaparecer su dinero. También hundiendo a las obras de caridad judías que le tuvieron confianza, como para llegar hasta el final de la maldad.Los judíos no somos más inteligentes, ni somos los más estafadores, ni tampoco amamos el dinero más que los otros: lo que sí nos ocurre es que nuestras acciones son escrutadas con lupa y magnificadas: si alguno de nosotros es malo, esa es una prueba más de que todos somos malos. El haber dado origen a las demás religiones monoteístas convierte a la historia de nuestro pequeño pueblo en un drama universal y es una maldición que nos va a acompañar hasta el fin de la historia.
Madoff era un estafador más, pero por ser judío tenía conexiones y se le tenía confianza especial, eso produjo los daños financieros masivos que hoy leemos en los diarios. Algunos piensan todavía que los judíos somos especialmente vulnerables y, por eso, a ninguno de nosotros se nos va a ocurrir pasarnos de la raya porque las consecuencias serán funestas. Pues bien, Madoff no se sentía vulnerable y, una vez pasado de la raya, como lo dice el Talmud, una mala acción trajo la otra, en una espiral sin final que lo llevó a destruir hasta nuestras queridas fundaciones de caridad.
Madoff es el anti-Josef, y nos deja a todos – como si tuviéramos pocas - con nuevas cicatrices. Es un buen recordatorio que todavía estamos lejos del fin de la historia, que nuestros cuerpos todavía van a absorber más y más cicatrices, y que si queremos llegar hasta el final, tenemos que ver a nuestros propios correligionarios como judíos que comparten nuestras tradiciones – y como seres humanos que, como los otros, son capaces de infligir los peores males -.
jueves, 27 de noviembre de 2008
Parasha Toldot
El relato de los mellizos Iaacov y Esau es, entre otros significados, una historia de padres que prefieren uno u otro de sus hijos. Isaac prefiere a Esau porque éste es cazador y le cocina su plato favorito, Rebeca prefiere a Iaacov, que se queda en la tienda. Uno es un ser agresivo, seguro de si mismo, eficiente para cazar, siempre en búsqueda de nuevas aventuras al aire libre. El otro parece ser un intelectual sedentario, pero lo suficientemente ambicioso como para correr grandes riesgos para obtener lo que busca.
Esau parece vivir el “día a día”, renunciando a su primogenitura por un plato de comida, confiando que su padre le dará su bendición sólo por darle de comer. Iaacov piensa y calcula, y cuenta con el apoyo de su madre. Lleva a cabo una simulación de identidad para obtener la bendición de su padre que considera merecer, en contra de los deseos de Isaac, quien prefiere a Esau.
Si Iaacov fueran a juicio bajo los estándares modernos, la bendición que obtuvo sería nula de nulidad absoluta, y debería ser devuelta a Esau. Pero si miramos la historia en perspectiva, Israel se habría convertido en un pueblo de cazadores nómadas, seguramente no hubiese sobrevivido como tal.
La paradoja es que Isaac, quien era el hijo de Abraham y el heredero de las promesas divinas, haya cometido un error de apreciación tan grave, y que haya sido Rebeca, la no heredera, quien decidió engañar a Isaac para evitar que ese error de apreciación se convierta en un error catastrófico, otorgando una herencia semejante a quien no debería tenerla. Y si bien los medios no nos llenan de orgullo, podemos decir, viendolo en perspectiva, que ella tuvo razón.
Desde entonces, las madres de Israel prefieren a los Iaacov que a los Esau. Los genes de Esau desaparecieron de nuestra historia y no supimos más ser cazadores, ni vivir al aire libre en búsqueda de nuevas aventuras. No por eso desapareció nuestra ambición, pero la realizamos generalmente, como Iaacov, dentro de moradas, a través de métodos intelectuales y no físicos.
En un ejemplo contemporáneo, si observamos que, luego del crepúsculo de la ex Unión Soviética, los despojos de sus principales empresas cayeron en buena proporción en manos de oligarcas judíos, yo no puedo evitar ver la metáfora de unos cuantos Iaacov haciendo lo necesario para recibir la bendición de un padre moribundo, mientras los Esau deambulan alrededor, dándose cuenta luego y demasiado tarde de lo que les ocurrió.
También es sugerente notar que, así como Iaacov, luego de recibir la bendición, debió exilarse para escapar de la furia de Esau, varios de esos oligarcas judíos rusos disfruten hoy de sus fortunas en Londres o en Tel Aviv.
No estoy totalmente orgulloso de los oligarcas rusos. Tampoco puedo evitar el reconocer que, si no fuera por esos oligarcas, todas las bendiciones de la ex Unión Soviética hubiesen caído en manos de los Esau de turno. Los Esau, de hecho, están recuperando por la fuerza las pocas empresas que los Iaacov supieron ganarse, y no puedo dejar de sentir congoja por uno de nuestros Iaacov más brillantes durmiendo en una cárcel en Siberia por no haberse escapado a tiempo.
Casi con el estómago retorcido, los encuentro preferibles a lo que hubiese hecho Esau con la herencia de Abraham e Isaac y a lo que probablemente harán los Esau de hoy con la herencia de Lenin, Stalin y Gorvachov.
Esau parece vivir el “día a día”, renunciando a su primogenitura por un plato de comida, confiando que su padre le dará su bendición sólo por darle de comer. Iaacov piensa y calcula, y cuenta con el apoyo de su madre. Lleva a cabo una simulación de identidad para obtener la bendición de su padre que considera merecer, en contra de los deseos de Isaac, quien prefiere a Esau.
Si Iaacov fueran a juicio bajo los estándares modernos, la bendición que obtuvo sería nula de nulidad absoluta, y debería ser devuelta a Esau. Pero si miramos la historia en perspectiva, Israel se habría convertido en un pueblo de cazadores nómadas, seguramente no hubiese sobrevivido como tal.
La paradoja es que Isaac, quien era el hijo de Abraham y el heredero de las promesas divinas, haya cometido un error de apreciación tan grave, y que haya sido Rebeca, la no heredera, quien decidió engañar a Isaac para evitar que ese error de apreciación se convierta en un error catastrófico, otorgando una herencia semejante a quien no debería tenerla. Y si bien los medios no nos llenan de orgullo, podemos decir, viendolo en perspectiva, que ella tuvo razón.
Desde entonces, las madres de Israel prefieren a los Iaacov que a los Esau. Los genes de Esau desaparecieron de nuestra historia y no supimos más ser cazadores, ni vivir al aire libre en búsqueda de nuevas aventuras. No por eso desapareció nuestra ambición, pero la realizamos generalmente, como Iaacov, dentro de moradas, a través de métodos intelectuales y no físicos.
En un ejemplo contemporáneo, si observamos que, luego del crepúsculo de la ex Unión Soviética, los despojos de sus principales empresas cayeron en buena proporción en manos de oligarcas judíos, yo no puedo evitar ver la metáfora de unos cuantos Iaacov haciendo lo necesario para recibir la bendición de un padre moribundo, mientras los Esau deambulan alrededor, dándose cuenta luego y demasiado tarde de lo que les ocurrió.
También es sugerente notar que, así como Iaacov, luego de recibir la bendición, debió exilarse para escapar de la furia de Esau, varios de esos oligarcas judíos rusos disfruten hoy de sus fortunas en Londres o en Tel Aviv.
No estoy totalmente orgulloso de los oligarcas rusos. Tampoco puedo evitar el reconocer que, si no fuera por esos oligarcas, todas las bendiciones de la ex Unión Soviética hubiesen caído en manos de los Esau de turno. Los Esau, de hecho, están recuperando por la fuerza las pocas empresas que los Iaacov supieron ganarse, y no puedo dejar de sentir congoja por uno de nuestros Iaacov más brillantes durmiendo en una cárcel en Siberia por no haberse escapado a tiempo.
Casi con el estómago retorcido, los encuentro preferibles a lo que hubiese hecho Esau con la herencia de Abraham e Isaac y a lo que probablemente harán los Esau de hoy con la herencia de Lenin, Stalin y Gorvachov.
martes, 18 de noviembre de 2008
Parasha Aie Sara - חַיֵּי שָׂרָה – El servidor desconocido
Sara muere. Abraham decide encontrar una esposa para Isaac, y encomienda a su servidor más antiguo, aquel que le administraba los bienes, que vaya a la tierra de su familia de origen y encuentre la mujer adecuada. Así lo hace, conoce a Rebeca, detecta inmediatamente que es ella la elegida por D’s y sus cualidades excepcionales, y convence a su familia de casarla con Isaac. Rebeca parte inmediatamente con él, y ella se convierte en la mujer de Isaac el mismo día en que se conocen.
Algo me perturba de este relato: la parashá habla de un עֶבֶד (servidor), הָאִישׁ (este hombre), עֶבֶד אַבְרָהָם (servidor de Abraham). Se trata de alguien de una persona de una gran fidelidad hacia Abraham y, por lo que leemos en el relato, dotado de una gran inteligencia, experiencia y sensibilidad. Además, el servidor cree en el D’s de Abraham y reza para que lo ayude en su misión fundamental. Este hombre tiene un éxito indudable, como lo prueba el amor súbito, fulgurante entre Rebeca e Isaac y, visto en retrospectiva, él jugó un papel fundamental en la continuidad del pueblo judío: sin el matrimonio entre Rebeca e Isaac, yo no estaría escribiendo estos comentarios, no hubiese existido el pueblo judío, ni el cristianismo, ni el Islam, y la historia universal hubiese sido diferente.
Lo que me molesta entonces de este hombre, es no conocer su nombre. ¿Cómo rendirle homenaje adecuado? ¿Si quisiéramos nombrar una calle en su honor, la llamaríamos “Camino del servidor de Abraham”? No sabemos qué significaba su nombre, ni su origen, si tuvo o no hijos, cuando murió.
Supongo que Abraham debe hacer tratado muy bien a este hombre sin nombre como para merecer tanta lealtad. Del texto, de sus palabras, sabemos que cumplió estupendamente con la misión difícil que le encomendaron, no sólo por el orgullo de hacer bien su trabajo, sino por fe en el D's de Abraham, implorando su guía para no equivocarse. Un no judío desconocido al cual tanto le debemos.
No es el único. La historia de Israel está plagada de sufrimiento, lágrimas, cicatrices, exilio, exterminio, en manos de no judíos que utilizaron todas sus energías para borrarnos, a nosotros y a nuestro modo de entender la misión del hombre, de la faz de la tierra; a pesar de ellos, todavía estamos aquí. La historia de Israel está repleta, también, de alegrías, retornos, agradecimientos, protección, de gentiles que lucharon con todas sus energías para que continuemos con vida sobre la faz de la tierra, nosotros y nuestro modo de entender la misión del hombre. El servidor de Abraham es un justo desconocido ¡cómo no lamentar ignorar su nombre!
Sin tantos enemigos acérrimos hoy seríamos muchos más; sin tantos amigos fanáticos hoy no existiríamos, ni existiría el Estado de Israel, promovido por los sionistas judíos pero también por los no judíos que creyeron - premonitoriamente - que, sin un pedazo de tierra propio, los judíos estaríamos en grave peligro.
Nuestra más profunda lealtad y amistad con los no judíos no solo es una aplicación concreta de nuestros valores, del amor al prójimo como a uno mismo de Hillel; es también lo que asegura el futuro de nuestro minúsculo pueblo. Esta no es una frase obvia ni inútil: en una época donde retornan las amenazas a la existencia misma del Estado de Israel, hay una manera simple de terminar con ellas, que es utilizar todo el poderío militar existente para eliminarlas.
Eso destruiría miles de inocentes. Pero incluso si algunos piensan que no hay alternativa, que es una simple elección entre los miles de inocentes de los otros o son los miles de inocentes propios, una acción semejante destruiría nuestra amistad con los no judíos, y nuestro futuro estaría tan amenazado como con armas atómicas en manos de los tiranos de turno del vecindario.
Hoy nos encaminamos a un mundo donde la proliferación nuclear estará fuera de control: sucederá en cinco, diez o treinta años. El modo de evitar una catástrofe no es asumir, entre todas las naciones, el rol de destructor preventivo de cada loco del Medio Oriente que se acerque al arma nuclear, mientras los otros miran plácidamente, sino el ser parte de un sistema global de seguridad de largo plazo, bajo el cual todos sean responsables.
Hay un hombre que encontró a Rebeca reconociendo su generosidad infinita, no fue el último no judío en encargarse de que tengamos un futuro en la historia. No estamos solos frente a nuestros enemigos y no lo estaremos mientras seamos leales, amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos y tengamos y nos merezcamos amigos como los que tenemos.
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Algo me perturba de este relato: la parashá habla de un עֶבֶד (servidor), הָאִישׁ (este hombre), עֶבֶד אַבְרָהָם (servidor de Abraham). Se trata de alguien de una persona de una gran fidelidad hacia Abraham y, por lo que leemos en el relato, dotado de una gran inteligencia, experiencia y sensibilidad. Además, el servidor cree en el D’s de Abraham y reza para que lo ayude en su misión fundamental. Este hombre tiene un éxito indudable, como lo prueba el amor súbito, fulgurante entre Rebeca e Isaac y, visto en retrospectiva, él jugó un papel fundamental en la continuidad del pueblo judío: sin el matrimonio entre Rebeca e Isaac, yo no estaría escribiendo estos comentarios, no hubiese existido el pueblo judío, ni el cristianismo, ni el Islam, y la historia universal hubiese sido diferente.
Lo que me molesta entonces de este hombre, es no conocer su nombre. ¿Cómo rendirle homenaje adecuado? ¿Si quisiéramos nombrar una calle en su honor, la llamaríamos “Camino del servidor de Abraham”? No sabemos qué significaba su nombre, ni su origen, si tuvo o no hijos, cuando murió.
Supongo que Abraham debe hacer tratado muy bien a este hombre sin nombre como para merecer tanta lealtad. Del texto, de sus palabras, sabemos que cumplió estupendamente con la misión difícil que le encomendaron, no sólo por el orgullo de hacer bien su trabajo, sino por fe en el D's de Abraham, implorando su guía para no equivocarse. Un no judío desconocido al cual tanto le debemos.
No es el único. La historia de Israel está plagada de sufrimiento, lágrimas, cicatrices, exilio, exterminio, en manos de no judíos que utilizaron todas sus energías para borrarnos, a nosotros y a nuestro modo de entender la misión del hombre, de la faz de la tierra; a pesar de ellos, todavía estamos aquí. La historia de Israel está repleta, también, de alegrías, retornos, agradecimientos, protección, de gentiles que lucharon con todas sus energías para que continuemos con vida sobre la faz de la tierra, nosotros y nuestro modo de entender la misión del hombre. El servidor de Abraham es un justo desconocido ¡cómo no lamentar ignorar su nombre!
Sin tantos enemigos acérrimos hoy seríamos muchos más; sin tantos amigos fanáticos hoy no existiríamos, ni existiría el Estado de Israel, promovido por los sionistas judíos pero también por los no judíos que creyeron - premonitoriamente - que, sin un pedazo de tierra propio, los judíos estaríamos en grave peligro.
Nuestra más profunda lealtad y amistad con los no judíos no solo es una aplicación concreta de nuestros valores, del amor al prójimo como a uno mismo de Hillel; es también lo que asegura el futuro de nuestro minúsculo pueblo. Esta no es una frase obvia ni inútil: en una época donde retornan las amenazas a la existencia misma del Estado de Israel, hay una manera simple de terminar con ellas, que es utilizar todo el poderío militar existente para eliminarlas.
Eso destruiría miles de inocentes. Pero incluso si algunos piensan que no hay alternativa, que es una simple elección entre los miles de inocentes de los otros o son los miles de inocentes propios, una acción semejante destruiría nuestra amistad con los no judíos, y nuestro futuro estaría tan amenazado como con armas atómicas en manos de los tiranos de turno del vecindario.
Hoy nos encaminamos a un mundo donde la proliferación nuclear estará fuera de control: sucederá en cinco, diez o treinta años. El modo de evitar una catástrofe no es asumir, entre todas las naciones, el rol de destructor preventivo de cada loco del Medio Oriente que se acerque al arma nuclear, mientras los otros miran plácidamente, sino el ser parte de un sistema global de seguridad de largo plazo, bajo el cual todos sean responsables.
Hay un hombre que encontró a Rebeca reconociendo su generosidad infinita, no fue el último no judío en encargarse de que tengamos un futuro en la historia. No estamos solos frente a nuestros enemigos y no lo estaremos mientras seamos leales, amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos y tengamos y nos merezcamos amigos como los que tenemos.
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martes, 11 de noviembre de 2008
Parashá Vaiera – וַיֵּרָא – Isaac e Ismael.
Aquí tenemos uno de los episodios más desgarradores de la Torá: D’s le pide a Abraham que sacrifique a su hijo único, el que ama, poniendo a prueba su fidelidad. Abraham acepta. Antes de descender el cuchillo contra Isaac, un emisario de D’s lo detiene: aprobó el examen de obediencia, no es necesario que siga adelante.
En la tradición de la otra gran nación engendrada por Abraham el episodio se repite, con algunas variantes fundamentales: en el Corán, el hijo inmolado no es Isaac, sino Ismael. Además, a diferencia de Isaac, a quien su padre oculta la misión que le ha encargado D’s, Abraham le dice a Ismael que va a ser inmolado, e Ismael acepta gustoso su destino y consuela a su padre. En tercer lugar, Abraham no es detenido por un enviado divino para evitar el sacrificio, sino que pasa el cuchillo una y otra vez sobre la garganta de Ismael, sólo que el resultado es infructuoso porque Alá lo ha desafilado para evitar la muerte de su primogénito.
En estas pequeñas desviaciones de una historia harto conocida, encontramos las semillas del conflicto actual entre los árabes y los judíos, el núcleo de tantas incomprensiones, y tal vez algunas pistas para tratar de vivir juntos en paz.
Lo que está en juego cuando la historia cambia el hijo sacrificado es la legitimación para ser heredero de Abraham: sólo aquel cuya muerte le ocasionaría el mayor dolor a Abraham, y por ende aquel señalado por D’s para ser sacrificado, será quien merezca la tierra y las promesas de D’s para su descendencia. No es difícil entender por qué en la tradición del Islam Isaac es reemplazado por Ismael en el acto del sacrificio.
La segunda diferencia: en la tradición judía Abraham oculta a Isaac lo que le va a ocurrir, no tiene el coraje de decírselo o teme que Isaac se escape y no poder ejecutar la orden divina. En el Corán, Abraham le dice a Ismael que lo va a sacrificar e Ismael estalla de felicidad, a pesar de su tierna edad.
Apliquemos esas diferencias a la realidad actual, en la cual los chicos israelíes descendientes de Isaac corren el riesgo cada día de ser sacrificados por su herencia sin que nadie se los advierta, mientras los chicos palestinos, descendientes de Ismael, aceptan gustosos un sacrificio que los acercará a Alá y que les permitirá, en tanto que dispuestos al sacrificio o al suicidio, recuperar su herencia y su dignidad.
La tercera diferencia no debe ser menospreciada. Abraham nunca tiene que colocar el cuchillo en la garganta de su hijo Isaac porque un enviado divino se lo impide. En la tradición musulmana Abraham llega con el cuchillo y trata insistentemente de cortar a Ismael, es la acción divina la que se lo impide al borrar el filo. Es decir, el D’s de los judíos está dispuesto a llegar muy lejos para probar la lealtad de Abraham, pero no tanto como para hacerlo colocar el cuchillo en el cuello del hijo y creer efectuar el sacrificio; Alá llega hasta el final, la lealtad de Abraham se prueba cuando éste se empeña una y otra vez en matar a Ismael, sin resultados, colocando su mano con fuerza y haciendo todos los esfuerzos posibles para desangrar a su primogénito.
Esa es la fuerza de cada uno de los pueblos: para los judíos, es hacer todos los sacrificios para que ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos queden eternamente unidos por sus tradiciones hasta el final de los tiempos; en los musulmanes, la disposición para llegar hasta las últimas consecuencias para probar su lealtad a Alá, incluyendo poner un cuchillo y cortar una y otra vez la garganta de su hijo más querido. En la tradición judía, la lealtad se prueba atando a Isaac y estando dispuesto a sacrificarlo. En la tradición musulmana, eso no basta y se prueba procurando sinceramente cortar el cuello de Ismael. En cierto sentido, se parece a un “judaísmo extremo”.
Estos dos pueblos entienden los puntos fuertes y débiles del otro, y actúan frente a frente en pleno conocimiento de sus tradiciones mutuas: una minoría musulmana extremista sabe que los judíos son particularmente sensibles a la vida de sus hijos, que no han pasado por la prueba divina de maniobrar con alevosía los cuchillos sobre sus cuellos, así es que los terroristas los amenazan una y otra vez con una “destrucción total”, es decir incluyendo a los chicos, o directamente los secuestran y amenazan con matarlos. Algunos judíos creen que los musulmanes no hesitarán en mover el cuchillo sobre las yugulares de sus hijos, dejando a Alá la decisión exclusiva de su muerte, y sostienen que lo único que se puede hacer, viviendo como vecinos, es actuar preventivamente una y otra vez para evitar ser víctimas del terror, creando así uno y otro una espiral sin fin de medidas y contramedidas de las cuales ninguno de los hijos de Abraham saldrá airoso.
Los dos pueblos creemos que hay instancias supremas en las cuales el sacrificio indecible, el de los propios hijos, puede llegar a estar justificado (por ejemplo, en términos contemporáneos, dejarlos partir a luchar una guerra justa). Nosotros, los judíos, podemos inmolarnos en aras de nuestros principios. Enfrente hay otro pueblo que también se considera heredero de Abraham y que no sólo está orgulloso de su capacidad de inmolarse por sus principios sino que además, según sus propias tradiciones, está dispuesto a llegar aún más lejos en el sacrificio de sus propios hijos para recuperar lo que considera es su legítima herencia.
Es así que los descendientes de Sara y de Agar, que se conocen bien, se amenazan, se matan preventivamente, se aterrorizan, luchan sin cesar por un destino que sólo puede darle la razón a uno de ellos: o el hijo favorito de Abraham fue Isaac o fue Ismael, y todo intento de colocarlos en una situación de igualdad y respeto mutuo está llamada a fracasar. En 1948 pasaron muchas cosas en Medio Oriente, una de ellas fue reabrir la disputa entre esas dos mujeres cuyo odio recíproco llega hasta nuestros días.
Yo tengo una pista: no se cómo compartir la tierra, pero intuyo que los puntos en común de judíos y musulmanes respecto de aquello en lo que creía Abraham son más amplios que los que parecen.
Tal vez, luego de ponerse de acuerdo en que el rol de ambos es la realización de los sueños de Abraham para toda la humanidad, las discusiones por esto o aquel kilómetro cuadrado se conviertan en cuestiones secundarias, casi sin importancia.
En la tradición de la otra gran nación engendrada por Abraham el episodio se repite, con algunas variantes fundamentales: en el Corán, el hijo inmolado no es Isaac, sino Ismael. Además, a diferencia de Isaac, a quien su padre oculta la misión que le ha encargado D’s, Abraham le dice a Ismael que va a ser inmolado, e Ismael acepta gustoso su destino y consuela a su padre. En tercer lugar, Abraham no es detenido por un enviado divino para evitar el sacrificio, sino que pasa el cuchillo una y otra vez sobre la garganta de Ismael, sólo que el resultado es infructuoso porque Alá lo ha desafilado para evitar la muerte de su primogénito.
En estas pequeñas desviaciones de una historia harto conocida, encontramos las semillas del conflicto actual entre los árabes y los judíos, el núcleo de tantas incomprensiones, y tal vez algunas pistas para tratar de vivir juntos en paz.
Lo que está en juego cuando la historia cambia el hijo sacrificado es la legitimación para ser heredero de Abraham: sólo aquel cuya muerte le ocasionaría el mayor dolor a Abraham, y por ende aquel señalado por D’s para ser sacrificado, será quien merezca la tierra y las promesas de D’s para su descendencia. No es difícil entender por qué en la tradición del Islam Isaac es reemplazado por Ismael en el acto del sacrificio.
La segunda diferencia: en la tradición judía Abraham oculta a Isaac lo que le va a ocurrir, no tiene el coraje de decírselo o teme que Isaac se escape y no poder ejecutar la orden divina. En el Corán, Abraham le dice a Ismael que lo va a sacrificar e Ismael estalla de felicidad, a pesar de su tierna edad.
Apliquemos esas diferencias a la realidad actual, en la cual los chicos israelíes descendientes de Isaac corren el riesgo cada día de ser sacrificados por su herencia sin que nadie se los advierta, mientras los chicos palestinos, descendientes de Ismael, aceptan gustosos un sacrificio que los acercará a Alá y que les permitirá, en tanto que dispuestos al sacrificio o al suicidio, recuperar su herencia y su dignidad.
La tercera diferencia no debe ser menospreciada. Abraham nunca tiene que colocar el cuchillo en la garganta de su hijo Isaac porque un enviado divino se lo impide. En la tradición musulmana Abraham llega con el cuchillo y trata insistentemente de cortar a Ismael, es la acción divina la que se lo impide al borrar el filo. Es decir, el D’s de los judíos está dispuesto a llegar muy lejos para probar la lealtad de Abraham, pero no tanto como para hacerlo colocar el cuchillo en el cuello del hijo y creer efectuar el sacrificio; Alá llega hasta el final, la lealtad de Abraham se prueba cuando éste se empeña una y otra vez en matar a Ismael, sin resultados, colocando su mano con fuerza y haciendo todos los esfuerzos posibles para desangrar a su primogénito.
Esa es la fuerza de cada uno de los pueblos: para los judíos, es hacer todos los sacrificios para que ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos queden eternamente unidos por sus tradiciones hasta el final de los tiempos; en los musulmanes, la disposición para llegar hasta las últimas consecuencias para probar su lealtad a Alá, incluyendo poner un cuchillo y cortar una y otra vez la garganta de su hijo más querido. En la tradición judía, la lealtad se prueba atando a Isaac y estando dispuesto a sacrificarlo. En la tradición musulmana, eso no basta y se prueba procurando sinceramente cortar el cuello de Ismael. En cierto sentido, se parece a un “judaísmo extremo”.
Estos dos pueblos entienden los puntos fuertes y débiles del otro, y actúan frente a frente en pleno conocimiento de sus tradiciones mutuas: una minoría musulmana extremista sabe que los judíos son particularmente sensibles a la vida de sus hijos, que no han pasado por la prueba divina de maniobrar con alevosía los cuchillos sobre sus cuellos, así es que los terroristas los amenazan una y otra vez con una “destrucción total”, es decir incluyendo a los chicos, o directamente los secuestran y amenazan con matarlos. Algunos judíos creen que los musulmanes no hesitarán en mover el cuchillo sobre las yugulares de sus hijos, dejando a Alá la decisión exclusiva de su muerte, y sostienen que lo único que se puede hacer, viviendo como vecinos, es actuar preventivamente una y otra vez para evitar ser víctimas del terror, creando así uno y otro una espiral sin fin de medidas y contramedidas de las cuales ninguno de los hijos de Abraham saldrá airoso.
Los dos pueblos creemos que hay instancias supremas en las cuales el sacrificio indecible, el de los propios hijos, puede llegar a estar justificado (por ejemplo, en términos contemporáneos, dejarlos partir a luchar una guerra justa). Nosotros, los judíos, podemos inmolarnos en aras de nuestros principios. Enfrente hay otro pueblo que también se considera heredero de Abraham y que no sólo está orgulloso de su capacidad de inmolarse por sus principios sino que además, según sus propias tradiciones, está dispuesto a llegar aún más lejos en el sacrificio de sus propios hijos para recuperar lo que considera es su legítima herencia.
Es así que los descendientes de Sara y de Agar, que se conocen bien, se amenazan, se matan preventivamente, se aterrorizan, luchan sin cesar por un destino que sólo puede darle la razón a uno de ellos: o el hijo favorito de Abraham fue Isaac o fue Ismael, y todo intento de colocarlos en una situación de igualdad y respeto mutuo está llamada a fracasar. En 1948 pasaron muchas cosas en Medio Oriente, una de ellas fue reabrir la disputa entre esas dos mujeres cuyo odio recíproco llega hasta nuestros días.
Yo tengo una pista: no se cómo compartir la tierra, pero intuyo que los puntos en común de judíos y musulmanes respecto de aquello en lo que creía Abraham son más amplios que los que parecen.
Tal vez, luego de ponerse de acuerdo en que el rol de ambos es la realización de los sueños de Abraham para toda la humanidad, las discusiones por esto o aquel kilómetro cuadrado se conviertan en cuestiones secundarias, casi sin importancia.
domingo, 2 de noviembre de 2008
Parasha Lej Leja
Abraham tiene la virtud más importante: obedece puntualmente las órdenes que D’s le da sin objetar. Esa fidelidad inquebrantable a la voluntad divina le permitirá ser el padre de una multitud de naciones (אַב-הֲמוֹן גּוֹיִם נְתַתִּיךָ). Hoy, en retrospectiva, la mayor parte de la humanidad sostiene, con matices y bemoles, la creencia fundamental de Abraham: un D’s único, todopoderoso, eterno y invisible.
Abraham es merecedor de la mayor de las bendiciones divinas, pero con la misma retrospectiva bajo la cual admiramos el esparcimiento universal de su firme convicción monoteísta “como las estrellas del cielo”, él está lejos de ser perfecto a los ojos meramente humanos. En especial, se trata de un espécimen detestable si se trata de juzgarlo como esposo – reitero, con la mirada actual de las obligaciones conyugales -.
Que nos dicen nuestros ojos humanos: la lleva a Sara a Egipto – una mala decisión -; es lo suficientemente inteligente como para saber lo que hará el Faraón con ella y, a pesar de eso, sigue adelante y le pide que diga que es su hermano para ser bien tratado por el monarca egipcio. No parece sentir mucho remordimiento sabiendo a Sara convertida en la amante del Faraón – ni que hablemos arriesgar su vida para rescatarla del harem en el cual estará seguramente sometida contra su voluntad -. Es D’s y no Abraham quien castiga al Faraón por haber tomado a Sara por esposa, produciendo la primera salida traumática del pueblo judío de Egipto (a todo esto, notemos que los egipcios son duros para entender que no es una buena idea tratar de someter a los judíos, como lo demostrarán los eventos ulteriores y otros más recientes).
Volvamos a Abraham. Su matrimonio con Sara sobrevive milagrosamente a la aventura egipcia – sería mucho más difícil para una pareja actual, aún sin hijos como ellos -. Es infeliz, Sara se apiada de él y le ofrece a Agar. Otra vez falto de criterio, Abraham acepta la oferta sin hesitar e impregna a la esclava. Luego veremos, en la parashá siguiente, cómo continúa sin resistir las decisiones erróneas de Sara, expulsando a Agar y a su hijo Ismael (decisión cuya iniquidad aún recuerdan sus descendientes, como también lo demostrarán los eventos ulteriores y en particular otros más recientes).
Abraham es perfecto siguiendo las órdenes divinas, es menos perfecto obedeciendo ciegamente las proposiciones de Sara y aún menos encomendable en algunas de sus propias y desafortunadas iniciativas. Por tener una fe inquebrantable y una voluntad incondicional de realizar la voluntad de D’s, a pesar de ser imperfecto en los demás aspectos de su vida, Abraham obtiene las mayores bendiciones del género humano; incluyendo el convertirse en el origen de la felicidad de todas las familias de la humanidad (וְנִבְרְכוּ בְךָ, כֹּל מִשְׁפְּחֹת הָאֲדָמָה).
Eso es lo que rescatamos de Abraham y de la parashá: si el más afortunado, el más bendecido de todos los hombres del género humano era imperfecto y aún así encontró el modo de llevar a cabo hasta sus últimas consecuencias aquello en lo que creía, aquellos que son más perfectos, maridos fieles y defensores de sus esposas, hombres prudentes que no correrían el riesgo de que sus esposas sean ultrajadas, menos aún de concebir un hijo con otra, o incluso que saben decir que no a sus mujeres, a todos esos seres humanos normales, casi banales, con menos miedos, les tendría que ser más fácil equiparar sus acciones con sus principios, tener el valor de llevarlos a cabo.
Abraham es el hombre más humilde que crea una humanidad monoteísta y, en lugar de dejar a sus descendientes una imagen falsa de perfección y de coraje sobrehumano, se muestra tal como es, sabiendo que si los hijos de los hijos de sus hijos y hasta la última generación son un poco más perfectos, recuerdan que el fundador de todos ellos tenía debilidades, no dirán que no cumplen con esto o con aquello simplemente porque no son tan perfectos como Abraham y, por el contrario, sabrán que ser dignos descendientes de Abraham no es, después de todo, una tarea tan difícil.
Abraham es merecedor de la mayor de las bendiciones divinas, pero con la misma retrospectiva bajo la cual admiramos el esparcimiento universal de su firme convicción monoteísta “como las estrellas del cielo”, él está lejos de ser perfecto a los ojos meramente humanos. En especial, se trata de un espécimen detestable si se trata de juzgarlo como esposo – reitero, con la mirada actual de las obligaciones conyugales -.
Que nos dicen nuestros ojos humanos: la lleva a Sara a Egipto – una mala decisión -; es lo suficientemente inteligente como para saber lo que hará el Faraón con ella y, a pesar de eso, sigue adelante y le pide que diga que es su hermano para ser bien tratado por el monarca egipcio. No parece sentir mucho remordimiento sabiendo a Sara convertida en la amante del Faraón – ni que hablemos arriesgar su vida para rescatarla del harem en el cual estará seguramente sometida contra su voluntad -. Es D’s y no Abraham quien castiga al Faraón por haber tomado a Sara por esposa, produciendo la primera salida traumática del pueblo judío de Egipto (a todo esto, notemos que los egipcios son duros para entender que no es una buena idea tratar de someter a los judíos, como lo demostrarán los eventos ulteriores y otros más recientes).
Volvamos a Abraham. Su matrimonio con Sara sobrevive milagrosamente a la aventura egipcia – sería mucho más difícil para una pareja actual, aún sin hijos como ellos -. Es infeliz, Sara se apiada de él y le ofrece a Agar. Otra vez falto de criterio, Abraham acepta la oferta sin hesitar e impregna a la esclava. Luego veremos, en la parashá siguiente, cómo continúa sin resistir las decisiones erróneas de Sara, expulsando a Agar y a su hijo Ismael (decisión cuya iniquidad aún recuerdan sus descendientes, como también lo demostrarán los eventos ulteriores y en particular otros más recientes).
Abraham es perfecto siguiendo las órdenes divinas, es menos perfecto obedeciendo ciegamente las proposiciones de Sara y aún menos encomendable en algunas de sus propias y desafortunadas iniciativas. Por tener una fe inquebrantable y una voluntad incondicional de realizar la voluntad de D’s, a pesar de ser imperfecto en los demás aspectos de su vida, Abraham obtiene las mayores bendiciones del género humano; incluyendo el convertirse en el origen de la felicidad de todas las familias de la humanidad (וְנִבְרְכוּ בְךָ, כֹּל מִשְׁפְּחֹת הָאֲדָמָה).
Eso es lo que rescatamos de Abraham y de la parashá: si el más afortunado, el más bendecido de todos los hombres del género humano era imperfecto y aún así encontró el modo de llevar a cabo hasta sus últimas consecuencias aquello en lo que creía, aquellos que son más perfectos, maridos fieles y defensores de sus esposas, hombres prudentes que no correrían el riesgo de que sus esposas sean ultrajadas, menos aún de concebir un hijo con otra, o incluso que saben decir que no a sus mujeres, a todos esos seres humanos normales, casi banales, con menos miedos, les tendría que ser más fácil equiparar sus acciones con sus principios, tener el valor de llevarlos a cabo.
Abraham es el hombre más humilde que crea una humanidad monoteísta y, en lugar de dejar a sus descendientes una imagen falsa de perfección y de coraje sobrehumano, se muestra tal como es, sabiendo que si los hijos de los hijos de sus hijos y hasta la última generación son un poco más perfectos, recuerdan que el fundador de todos ellos tenía debilidades, no dirán que no cumplen con esto o con aquello simplemente porque no son tan perfectos como Abraham y, por el contrario, sabrán que ser dignos descendientes de Abraham no es, después de todo, una tarea tan difícil.
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